Por Nuria Torres Marcos.
La vergüenza es algo familiar para todos (o casi todos) nosotros. Pero, ¿Por qué sentimos vergüenza?, ¿Para qué sirve?, ¿Cómo se organiza? Vamos a intentar arrojar un poco de luz sobre este fenómeno.
Durante el primer año de vida, todas las relaciones del bebé con el mundo adulto son (en circunstancias normales) positivas, cualquier acción del bebé es aplaudida, y suele estar cerca de los padres o cuidadores, ya que no puede moverse de manera autónoma. Estos a su vez les brindan todo tipo de cuidados, tanto físicos como emocionales.
Sin embargo, cuando el niño comienza a ser más autónomo, empieza a explorar el mundo, lo que supone nuevos retos para los padres, que tienen que evitar que se haga daño. El segundo año de vida, por tanto, es un casi constante “¡No!” por parte de los padres. Aparecen los primeros signos de desaprobación, y es ahí donde surge la vergüenza. Se puede definir la vergüenza como la reacción visceral producida por el rechazo social. El rechazo social es algo doloroso, de hecho activa las mismas áreas cerebrales que el dolor físico.
En “pequeñas dosis”, la vergüenza es útil, ya que nos ayuda a desarrollar la conciencia y el sentido de responsabilidad social. Sin embargo, un exceso de ésta en épocas tempranas de la vida, puede predisponer al niño a problemas de regulación afectiva, así como dificultar el proceso de identificación personal.
La vergüenza surge muy pronto en la vida, antes de que el bebé pueda distinguir entre sus conductas y su persona, por lo que afecta a toda la identidad personal. Podemos decir que nos sentimos culpables de lo que hacemos, y avergonzados de lo que somos.
¿Por qué es tan potente la vergüenza?
El momento en que se empieza a gestar, el bebé es completamente dependiente de sus cuidadores, perder la conexión emocional con ellos puede suponer su muerte. Este es el motivo de que sea una fuerza tan poderosa, en un principio está destinada a salvar la vida.
Cuando el niño sale del estado de vergüenza y recupera la conexión emocional con los padres se produce una recuperación del equilibrio del sistema nervioso autónomo, lo que mejora la regulación afectiva y contribuye al gradual desarrollo de la auto-regulación. Cuando el regreso de la vergüenza a la conexión se produce de manera rápida y en repetidas ocasiones, se consolida una expectativa de soluciones positivas en momentos de dificultades sociales.
La vergüenza se representa fisiológicamente por una transición rápida de afectos positivos a negativos, y de la activación del sistema nervioso autónomo simpático al parasimpático. Esto se produce porque el bebé encuentra desaprobación en el rostro de su cuidador, cuando esperaba encontrar aprobación, así estados prolongados de vergüenza podrían generar una elevada sensación de vulnerabilidad en las relaciones personales y sociales.
La vergüenza es una experiencia universal, y no vamos a poder evitársela por completo a nuestros hijos, sin embargo, hay que intentar que no sea la principal herramienta en su educación.
Nuria Torres Marcos es Psicóloga (Col. M-26071) en el Centro de Psicología ‘Aprende a Escucharte’ en Madrid.